Reflexión 11 de Agosto 2020

“¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!” »“Hijo mío —le dijo su padre—, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”» (Lucas 15. 30-32)

El texto de hoy corresponde a una parte de la Parábola del Hijo Pródigo relatada por el Señor Jesucristo, cuya enseñanza central es la enorme alegría que produce en el padre la restauración de uno de sus hijos, el menor, que le había ofendido. Sin lugar a dudas este aspecto de la parábola es la más profunda; el amor y regocijo en el padre que provoca el regreso, la “resurrección” de su hijo.

Pero la parábola nos presenta otro hijo, el mayor. Y Jesús no escatima detalles en su relato respecto de lo que sucede con éste. Uno puede ver la rabia, el celo, la molestia, en la actitud de éste otro hijo por cuanto creía que su comportamiento, recto y leal, no tenía la retribución de su padre que él creía “merecer”.

Sin embargo, la reacción del padre, una vez más, nos deja perplejos. Muy por el contrario de lo que podría haber sido la reacción “normal” de un padre que reacciona ante la crítica de su hijo mayor, con expresiones tales como: “yo soy el padre y sé lo que hago”, ó, “a ti no te incumbe”, etc., éste padre ruega a su hijo mayor que participe, y que también se alegre por lo que estaba ocurriendo. Incluso en un momento, durante el diálogo, le expresa “… tú siempre estás conmigo”, y, “… todo lo que tengo es tuyo”.

No cabe duda que Jesús nos está retratando el corazón de Su Padre que, ante dos vidas tan opuestas, reacciona con la misma ternura y amor. En el relato de la parábola, y frente al enojo de su hijo mayor, que le provoca incomprensión y falta de misericordia para con su hermano, el Padre le hace la misma invitación que a través de una paráfrasis les comparto: “hijo mío, entra a la fiesta, alégrate conmigo, porque hay buenas noticias, tu hermano ha vuelto”. El relato de Jesús describe el momento así: “Indignado, el hermano mayor se negó a entrar. Así que su padre salió a suplicarle que lo hiciera.  Pero él le contestó: “¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos! (Lucas 15. 28, 29)

Quizá de alguna forma, Jesús nos está llamando a vivir la misma experiencia, alegrarnos por aquellos que están “volviendo”, por aquellos que buscan restauración, que “sucios”, derrotados, confundidos, quebrantados, avergonzados, quieren volver a empezar, quieren ser perdonados.

Que mensaje de gracia y misericordia más potente para la Iglesia de hoy, sobre todo cuando muchos ante el flagelo de una pandemia que ha sensibilizado muchos corazones, y después de una vida muy alejada de Dios, han reconocido la necesidad de volver a Él. Es un verdadero llamado a desterrar el legalismo, a erradicar la condenación y juicio. Es un llamado a mostrar el amor del Padre. Un llamado a involucrarse en la restauración de los “derrotados”, en la vida de aquellos que han tomado malas decisiones y que hoy sufren las consecuencias de ello. Precisamente en momentos en que pareciera que las diferencias deben acentuarse, Jesús nos llama a ser misericordiosos y compasivos.

Hermanos y hermanas queridos, les animo a mostrar el amor y la gracia de Dios en nuestra vida, erradicando pensamientos y juicios legalistas por los que hoy le buscan. Muy probablemente muchos de ellos en algún momento no quisieron saber nada de Dios, sin embargo no nos corresponde a nosotros juzgar intenciones o interpretar conductas. Cómo hijos de Dios, debemos alegrarnos del regreso de ellos, acogiéndolos, conteniéndolos y amándolos. ¡Qué privilegio hermanos! ¡Señor ayúdanos!

Pr. Guillermo Hernández P.