Reflexión 12 de Septiembre 2020

“Sadrac, Mesac y Abednego le respondieron a Nabucodonosor: —¡No hace falta que nos defendamos ante Su Majestad! Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad. Pero, aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua. (Daniel 3. 16-18)

Hoy estamos leyendo un pasaje que considera una experiencia en la vida de los tres amigos de Daniel que junto a él y a varios miles más, fueron llevados cautivos a Babilonia en el año 607 a.C. por el rey Nabucodonosor, después de haber invadido Judá y destruido Jerusalén.

El pasaje de hoy está referido a la sentencia de muerte que cayó sobre ellos al no querer adorar una estatua de oro de 27 mts. de altura (Dan. 3. 1) construída por Nabucodonosor y que debía ser adorada por todos los súbditos del reino, de acuerdo a la instrucción que se dio a todo el imperio, y que decía así: “Tan pronto como escuchen la música de trompetas, flautas, cítaras, liras, arpas, zampoñas y otros instrumentos musicales, deberán inclinarse y adorar la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha mandado erigir. Todo el que no se incline ante ella ni la adore será arrojado de inmediato a un horno en llamas». (Daniel 3. 5, 6).

Pero Sadrac, Mesac y Abed Nego, los amigos de Daniel, no adoraron la estatua y fueron acusados por sus pares ya que ocupaban importantes cargos públicos y eran observados (Dan. 3. 8, 12), ante lo cual fueron llevados a la presencia del rey Nabucodonosor, quién determinó sus muertes después de amenazarlos de ésta manera: “En cuanto escuchen la música de los instrumentos musicales, más les vale que se inclinen ante la estatua que he mandado hacer y que la adoren. De lo contrario, serán lanzados de inmediato a un horno en llamas, ¡y no habrá dios capaz de librarlos de mis manos!” (Daniel 3. 15)

Más allá de lo anecdótico que hoy pudiera parecernos esta historia, debemos consensuar que es la cruda realidad de dos mundos, dos realidades que siempre han estado en oposición, siempre han entrado en abierto conflicto desde la rebelión del hombre en el jardín del Edén (Gen. 2. 8). En éste caso, el testimonio de vida de tres jóvenes resisten la orden que compromete sus convicciones y su relación con Dios, y entran en una crisis frontal con los principios, valores y creencias de un sistema idólatra, pagano, y alejado totalmente de Dios.

Pero deciden valientemente luchar y mantener sus convicciones y fidelidad a Dios, y en su declaración al rey, que hoy podemos leer en los versos de arriba, encontramos tres aspectos muy relevantes. Primero, entendían que no eran parte del sistema, y que servían a Dios. No comulgaban con el “stablishment”. Eran plenamente concientes de que eran diferentes y vivían, también, de manera diferente. Segundo, conocían a Dios. En la expresión de ellos se evidencia la profundidad de la comunión y la confianza que tenían en Él. Sabían que Él podía liberarlos, pero también que obraba conforme a sus propósitos y no conforme a sus deseos. Tercero, entendían que su relación con Dios no dependía de lo contingente, de aquello que estuvieran viviendo, fuera bueno o malo. Si Dios los protegía o no, ellos decidían igualmente permanecer fieles. Para estos jóvenes, su amor y fidelidad a Dios no estaba sujeta a la ayuda o respuesta que de Dios esperaban. Estaba en juego sus vidas y la decisión la tomaban frente a una gran presión. Todo el peso del sistema caía sobre ellos, pero decidían ser diferentes por fidelidad a Dios, y no dependiendo de cómo Él se comportara con ellos.

Queridos hermanos y hermanas, ¡que lección de vida y de entrega a Dios! Unos de nuestros grandes problemas con Dios es que lo tratamos de entender de acuerdo a nuestras experiencias. Es como si lo estuviésemos manipulando. Si cumple nuestras expectativas, o nos da lo que queremos, es un buen Dios que nos ama y nos escucha. Pero si estamos en la adversidad, o si las cosas no se dan como quisiéramos, nos enojamos con Él, nos rebelamos y lo hacemos cómplice de todo lo malo que nos ocurre. Creemos que conocemos a Dios, pero realmente no es así. Nuestra sociedad “humanista” nos ha querido enseñar un concepto de Dios absolutamente errado, muy distinto al que Él ha querido revelar de sí mismo, no sólo en todo lo creado, sino también en Su Palabra, la Biblia.

Erróneamente aplicamos a nuestra vida una creencia y concepto de Dios que nos satisfaga, y si lo hace, Él es bueno. Pero si no satisface nuestras expectativas, nos provoca una profunda crisis de fe, creyendo que nos está castigando, o que nuestra fe es insuficiente. El patriarca Job, experimentando un intenso sufrimiento, expresó ésta dimensión de la fe de manera muy directa y sincera a su esposa, cuando ella le reprochó su incondicionalidad a Dios; la Biblia lo registra así: “Su esposa le reprochó: —¿Todavía mantienes firme tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete! Job le respondió: —Mujer, hablas como una necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos recibir también lo malo?” (Job 2. 9, 10). ¡Qué Dios nos ayude a permanecer siempre fieles a Él, pase lo que pase en nuestras vidas!

Pr. Guillermo Hernández P.