Reflexión 13 de junio 2020

“No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí.En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar.Y, si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté.Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy” (Juan 14. 1-3).

El pasaje de hoy nos permite recordar las palabras que Jesús les dijera a sus discípulos en sus últimas horas, antes de ser crucificado. Como podemos leer, Jesús sabía la preocupación y angustia que había en el corazón de sus amigos. Probablemente las últimas conversaciones y los últimos sucesos tenían conmovido y angustiado a los discípulos; él les había dicho que iba a un lugar donde ellos no podían ir (Juan 13:33), que Judas lo iba a traicionar (Juan 13:21) y que Pedro lo iba a negar (Juan 13:38). Sin duda era un escenario triste, amenazador y con mucha tensión. Pero en ese contexto Jesús, con cuidado y delicadeza, les anima diciéndoles “no se angustien, confíen en Dios y confíen también en mí”. Jesús los quiere llevar a algo superior, a una realidad tremendamente distinta de la que ellos estaban percibiendo, y por lo cual se angustiaban.

Pero el llamado de Jesús se sustentaba en algo concreto, “voy a prepararles un lugar, para que estemos juntos”, “volveré a buscarlos, no se angustien”. Jesús aprovechaba las circunstancias amenazantes para enseñarles que: i) La separación que probablemente ellos presentían, no era tal pues Él les manifestaba su deseo y voluntad de volver a buscarlos para estar juntos, para siempre; ii) La promesa que Él les hacía debía transformarse en una real esperanza que les iba permitir soportar esta realidad amenazadora; iii) El llamado implicaba que debían creer.

Ellos habían visto la obra de su Maestro, sus milagros y sus enseñanzas, de manera que Jesús apelaba a esa experiencia, para llamarlos a creer en una nueva realidad que ellos iban a experimentar, más allá de la realidad de la vida física y material, y donde Él también iba a estar presente. Es más, Él iba a preparar las condiciones adecuadas para que pudiesen continuar a su lado.

¡Cuán vigentes siguen estando hoy estas palabras de Jesús, para todos aquellos que le han seguido y le han abrazado! De manera sobrenatural, hasta el día de hoy, han fortalecido voluntades y corazones que de otra manera no habrían podido soportar muchas, tremendas y dolorosas circunstancias de vida.

Por ello es que la muerte no tiene poder sobre los hijos verdaderos de Dios, porque las expectativas y las esperanzas están puestas no en esta vida, sino en algo superior, en aquella morada y condición eterna de vida, prometida por Jesús. El apóstol Pablo lo expresa muy bien a los hermanos en Corinto cuando escribe “De hecho, sabemos que, si esta tienda de campaña en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas.” (2 Corintios. 5. 1).

¡Qué manera más hermosa de vivir! Nada nos separa del amor de Dios ni nada nos aparta de su presencia, ni siquiera la muerte. Por eso Pablo exclamaba “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, está, oh muerte, tu aguijón? (1ra. Corintios 15.55).

¡Qué enseñanza para nuestras vidas! En Cristo tenemos poder para enfrentar las condiciones más extremas de vida (que se acerca mucho a lo que hoy estamos viendo), incluso la muerte, porque nuestra vida no termina ahí. Más bien, verdaderamente comienza cuando partimos a la presencia de Dios, desde donde nunca más saldremos. ¡Aleluya!

Pr. Guillermo Hernández P.