Reflexión 15 de Agosto 2020

¿Qué armonía tiene Cristo con el diablo? ¿Qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿En qué concuerdan el templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos templo del Dios viviente. Como él ha dicho: «Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (2 Corintios 6. 15, 16)

Los versos de hoy están en la segunda carta que el apóstol Pablo envió a la Iglesia de Corinto aproximadamente en el año 55 d. C., probablemente desde Macedonia. Corinto era una ciudad de Grecia que por su ubicación privilegiada se convirtió en un floreciente centro comercial e industrial, pero además se ubicaba en ella un templo a la diosa del amor, Afrodita, cuyo servicio dio motivo a la proverbial inmoralidad de la ciudad. En consecuencia, la comunidad de Dios que se encontraba en Corinto, estaba sometida a una fuerte presión social y cultural del medio acrecentada, además, por los problemas que en su interior se habían producido a raíz de la introducción de herejías como el gnosticismo, la división de sus miembros y el cuestionamiento a la autoridad y predicación de Pablo.

Al parecer, habían algunos en la Iglesia que luchaban con la tentación de vincularse de nuevo con una cultura incrédula, pagana e idólatra debido a las dificultades internas de la comunidad, y a la atracción del entorno que envolvía sus vidas, y Pablo les advierte la absoluta incompatibilidad de dos formas de vida diametralmente opuestas. Aquello que es santo, no puede convivir con lo impuro, dice Pablo. No hay nada en común. Usa la palabra jeterozuguéo, que en griego significa “diferente instructor”, “diferente maestro”, de cuya raíz provienen las palabras “heterosexual”, o “heterogéneo”. Es decir, eran totalmente distintos, diferentes.

Y es en éste contexto que Pablo, preocupado por la salud espiritual de sus hermanos, se encarga de recordarles quiénes eran realmente y que había hecho Dios con ellos, a través del Evangelio.

Y una de las realidades espirituales que Pablo se encarga de reforzar es la presencia de Dios en ellos; es tan directa y clara su afirmación que no duda en expresarles que ellos eran “templo del Dios viviente”, es decir, la presencia misma de Dios estaba y se movía en y entre ellos, y no porque se “sintiera”, cómo sucede hoy en nuestra cultura en que validamos la presencia y la experiencia con Dios por las emociones, lo que “sentimos”. Pablo en este sentido es categórico, les dice ustedes son templo de Dios porque esa fue Su promesa; Dios dijo: “Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. De modo que para los hermanos en Corinto el desafío era creer en la promesa de Dios y vivirla, y no esperar el “sentirla”.

Evidentemente no es un llamado a aislarse, o a construir “ghettos”, sino más bien a cuidar de construir y mantener, una forma de vida distinta, santa, consagrada a Dios en medio de una cultura tan diferente, tan sensual y agresiva, sobre todo ante la realidad de Su promesa. Incluso un poco más adelante en esta misma carta Pablo les escribe: “Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación” (2 Corintios 7. 1).

Hermanos y hermanas apreciados, hoy no es distinto. Si bien no estamos en Corinto, debemos consensuar que nuestra sociedad y cultura también se encuentran muy, pero muy lejos de Dios, de modo que la realidad de Su presencia en nosotros, porque así lo prometió, debe manifestarse en una forma de vida muy distinta a la que observamos a nuestro alrededor.

En la conciencia de que hemos sido apartados y consagrados por Él y para Él, debemos cuidar nuestras relaciones, nuestros hábitos y costumbres, nuestro lenguaje, nuestra conducta y actuación. En definitiva, considerar la exhortación de Pablo a los efesios cuando les escribió: “Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos.  Por tanto, no sean insensatos, sino entiendan cuál es la voluntad del Señor” (Efesios 5. 15-17). ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.