Reflexión 19 de Diciembre 2020
Reflexión del día 19 de diciembre del 2020 PARTE IV
“Por aquellos días Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el Imperio romano. (Este primer censo se efectuó cuando Cirenio gobernaba en Siria). Así que iban todos a inscribirse, cada cual a su propio pueblo. También José, que era descendiente del rey David, subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la Ciudad de David, para inscribirse junto con María su esposa. Ella se encontraba encinta y, mientras estaban allí, se le cumplió el tiempo. Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada. (Lucas 2. 1-7)
Una vez más volvemos al texto que nos relata el nacimiento de Jesús, y el contexto en el cual ocurre. Ayer hacíamos notar el enorme contraste entre ésta imagen que nos entrega el evangelio de Lucas con un Jesús nacido de una mujer, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, con el Jesús que nos muestra el evangelio de Juan que lo muestra como el Verbo de Dios, preexistente y creador de todas las cosas. Dijimos también que el evangelio de Juan señala que uno de los propósitos de la encarnación de Jesús fue mostrarnos al Padre en una dimensión de gracia, humildad y misericordia.
Hoy quisiera ahondar más en esta imagen que nos entrega Lucas de un Jesús dependiente, frágil e indefenso, cómo lo es un niño recién nacido, que no recibe ni la menor atención a su llegada siendo rechazado en la posada “porque no había lugar para ellos”, porque en ésta imagen hay un claro mensaje de Dios.
Y lo primero que llama la atención es la paradoja que se advierte entre el desprendimiento y renuncia de Dios entregando a su Hijo, y la indiferencia “violenta” y “egoísta” de un medio cultural que no le brinda la atención básica que necesita un recién nacido. Sin lugar a dudas, era un primer anuncio que su paso por éste mundo, sería acompañado por la violencia y el rechazo, pero también se anunciaba que la respuesta a ello iba a ser su renuncia, su humildad y su gran amor.
En ésta misma dirección, también es posible apreciar otro contraste profundo que nos entregan los versos de hoy, entre la arrogancia y vanidad de un poder político imperante, personificado en el emperador romano Augusto César que pone en juego la maquinaria de su gobierno sobre casi todo el mundo civilizado, en contraste con la condición humilde y frágil del Cristo, el hijo de Dios, que se había encarnado en condiciones tan humildes.
Orgulloso de su poder y riquezas, y siendo una de sus ocupaciones favoritas el preparar un registro de las poblaciones de sus vastos dominios, Augusto César promulgaba un edicto, como dice Lucas el evangelista, para «que toda la tierra fuese censada» que sirviera como base para futuros impuestos. La monarquía humana que se vanagloriaba de su poder y articulaba la manera de explotar aún más a sus súbditos, versus la manifestación del Reino de Dios que se aproximaba a la humanidad con el que sería el Rey de Reyes y Señor de Señores, para servir, liberar, sanar y salvar a la humanidad.
El apóstol Pablo hizo notar a los hermanos en Filipos ésta actitud de Cristo desde su nacimiento y ante probablemente algunos conflictos en la comunidad, les escribió: “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás. La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! (Filipenses 2. 3-8)
Hermanos y hermanas queridas, el nacimiento de Jesús es un tremendo mensaje de entrega y renuncia que a través de la humildad que lo motiva, confronta la arrogancia y soberbia humanas. Pero no es una humildad que pueda provocar el esfuerzo humano, sino que es una virtud provocada por la llenura del Espíritu Santo y su fruto, en la vida de los hijos de Dios; es decir, aquellos y aquellas que han creído que este niño Jesús, que nació en Belén, es verdaderamente el Cristo y le han hecho Señor de sus vidas, obedeciendo sus enseñanzas y mandamientos. ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.