Reflexión 19 de Noviembre 2020
“Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga» (Salmos 51.12)
El texto de hoy, forma parte de la súplica que el rey David elevó a Dios en arrepentimiento y quebranto por su pecado de adulterio con Betsabé. Reconoce su crisis interna y suplica la intervención de Dios en él. Ha reconocido y confesado su pecado, y ahora ruega a Dios su perdón y misericordia. Su alma y corazón se han desbordado en la presencia de Él.
¡Cuánto necesitamos también hacerlo nosotros! Miren lo que escribió reconociendo lo que íntimamente le sucedió: «Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día. Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí. Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al Señor», y tú perdonaste mi maldad y mi pecado» (Salmos 32. 3-5)
Y es en éste contexto que el rey David clama a Dios. Incluso en el mismo Salmo le recuerda a Dios: El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido» (Salmos 51. 17)
Sin duda hay una genuina humillación ante Dios. Sí, dije «humillación», una condición del alma que reconoce su pecado y la santidad de Dios. Una condición humana que hoy es totalmente rechazada y considerada inaceptable para el hombre y la mujer post modernos que no creen en Dios y que consideran al Evangelio como un gran obstáculo de las libertades individuales que so pretexto de los manoseados derechos humanos, creen ser libres de poder expresar y manifestar cualquier conducta que consideren legítima. ¡Cuánto necesitamos, queridos hermanos y hermanas, “humillarnos” delante de Dios! ¡Cuánto necesitamos reconocer y confesar nuestra maldad ante su santidad! ¡Cuánto necesitamos decirle, sinceramente, a Dios, como David lo hace un poco antes de los versos de hoy! «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Salmos 51. 10).
Hoy, en las circunstancias que Dios ha permitido que vivamos, con una disminución importante en las actividades diarias, se nos presenta una muy buena oportunidad para que, en intimidad con Él, examinemos nuestra vida. Anhelamos un avivamiento en nosotros y nuestra comunidad, pero no queremos entender que éste comienza con nuestro quebranto y humillación ante el único Dios verdadero y santo.
Queridos hermanos y hermanas, roguemos a Dios en el día de hoy para que “abra” nuestros ojos, y ponga en el corazón una convicción sincera de pecado, y quebrantémonos delante de Él en arrepentimiento y confesión, logrando así una mayor profundidad espiritual en nuestra relación diaria con Él de modo de ser transformados paulatinamente, hasta alcanzar la plenitud de Cristo; precisamente así lo expresó el apóstol Pablo a los efesios al escribirles: “Ese proceso continuará hasta que todos alcancemos tal unidad en nuestra fe y conocimiento del Hijo de Dios que seamos maduros en el Señor, es decir, hasta que lleguemos a la plena y completa medida de Cristo. (Efesios 4. 13). ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.