Reflexión 19 de Octubre 2020
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. (Juan 17. 3)
El texto de hoy contiene un marcado sentido evangelístico y misionero, y forma parte de la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní a pocas horas de ser crucificado. Señala directamente el requisito esencial para acceder a la vida eterna, condición ofrecida por Dios a la humanidad motivada en su amor y misericordia, a través de su Hijo Jesucristo. Esta frase de su oración revela la esencia del evangelio, la necesidad de conocer a Dios y a Jesucristo, su Hijo, el enviado.
Pero Jesús se encarga de afirmar la condición exclusiva y única de su Padre al afirmar “… el único Dios verdadero”. En consecuencia, no se trata del conocimiento de un dios, como “cualquier otro”, por cuanto hay uno solo que existe y es real que, además, invita a construir una relación verdadera, sustentable y poderosa, hasta tal punto que introduce al que cree, en la vida eterna.
El anhelo de Jesús de querer que su Padre fuese conocido, sólo confirma aquella motivación que siempre tuvo en su corto ministerio terrenal (tres años aproximadamente) y que se evidencia más adelante en su misma oración cuando exclama “Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste… A los que me diste del mundo les he revelado quién eres. Eran tuyos; tú me los diste y ellos han obedecido tu palabra. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les he entregado las palabras que me diste, y ellos las aceptaron; saben con certeza que salí de ti, y han creído que tú me enviaste”. (Juan 17. 4, 6-8).
De tal manera, que el “conocer a Dios” conforme a la oración de Jesús era profundo, era integral, era total. No era solo información, sino además “convicción”; no era solo “contenido”, sino “transformación”. No era erudición, sino una “relación”. Y esta experiencia lo involucraba a Él, portador de las “buenas noticias” de su Padre. Si él era aceptado, si Él era escuchado, si Él era amado y obedecido, se generaba un vínculo íntimo y profundo también con su Padre, porque como él mismo lo dijo “El Padre y yo somos uno” (Juan 10. 30).
Y esta debiera ser también una prioridad para nosotros, que muchos más conozcan y se relacionen con éste único Dios verdadero, y con su Hijo ya que en las actuales condiciones, la convicción de la vida eterna, la esperanza de una condición de vida gloriosa sin fin, en la presencia misma de Dios, permite vivir la vida con una genuina esperanza que da poder para enfrentar la contingencia y la aflicción. Precisamente ésta esperanza es la que les ha permitido a los hijos de Dios, en toda época y circunstancia, sobrellevar las más duras condiciones de vida.
Les quiero invitar a examinar nuestro compromiso ante Dios de compartir sus “buenas noticias”, el Evangelio, a aquellas personas que Él ha puesto a nuestro alrededor. Todo nuestro esfuerzo y trabajo misionero, evangelístico, debe estar enfocado a que otros también puedan conocer al único Dios verdadero y a su Hijo Jesucristo. ¡Ayúdanos Señor a entender la relevancia y urgencia de ésta realidad!
Pr. Guillermo Hernández P.