Reflexión 19 de Septiembre 2020

“He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gálatas 2. 20).

El texto que nos acompaña hoy, es parte de la carta del apóstol Pablo a los hermanos de la región de Galacia donde existían al menos cuatro comunidades de creyentes. Es una carta que probablemente fue escrita alrededor del año 50 d.C.

La razón de la carta era la confrontación de Pablo a los hermanos de estas comunidades debido a la intromisión de herejías que pretendían negar el evangelio de Cristo, siendo una de estas corrientes la influencia de los “judaizantes” que eran cristianos judíos, que creían que un número de prácticas ceremoniales del Antiguo Testamento aún debían ser acatadas por la Iglesia del Nuevo Testamento. Pero Pablo escribió a los gálatas para convencer a sus lectores de que esta perspectiva era el abandono del principio de la salvación por gracia, a través de la fe.

 Y uno de los argumentos que les presentó fue la consecuencia de la obra de Cristo en su vida, y por ello les escribió: “… ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. Una declaración potente, positiva, que no dejaba lugar a dudas. Reconocía que era una negación consciente de vida, que le daba la preeminencia a Cristo, haciendo notar que era necesario que el “yo” disminuyera cada día para que brillara solo Cristo, a través de nosotros, decía el apóstol.

Para Pablo esta realidad espiritual comenzaba a producirse en la cruz, dónde el apóstol afirmaba que había una profunda identificación con el sacrificio de Cristo. Morimos en la cruz, para luego vivir en la realidad de Cristo, a través de la fe, experimentando una nueva vida, decía Pablo.

“Lo que ahora vivo”, afirmaba Pablo, era un rotundo cambio de vida sin precedentes, inentendible para los que no conocían el poder de Dios, o que no creían en Él.

Pero ¿qué de nosotros? ¿Cómo es la calidad de nuestra “nueva vida”? Anhelamos que Dios esté con nosotros, ¿pero hemos experimentado el testimonio de Pablo? En otra carta, a los hermanos en Roma, el apóstol fue muy irónico al decirles: “Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8. 9).

Hermanos y hermanas queridos, la realidad del Espíritu de Dios en nosotros se debe traducir en obras concretas y objetivas de una nueva vida, y solo recién con ésta experiencia, podemos decir como el apóstol que “Cristo vive en mí”, porque esta verdad espiritual me hace vivir, en el cuerpo y en la “carne”, en la fe del Hijo de Dios, es decir, en una nueva dimensión, en una nueva realidad de vida que se materializa cotidianamente a través de la fe en Cristo. Mi vida se centra el Él, depende de Él, busco agradarle a Él, busco conocerle mejor, mi vida se centra en Él, mi motivación es Él, mi prioridad es Él, mi vida es de Él y para Él.

Doblemos hoy nuestras rodillas, quebrantemos el corazón y clamemos al Dios de la Gloria que tenga misericordia de nosotros. Que nuestro anhelo de Su Presencia no quede en “buenas intenciones cristianas”, sino que nos obligue a humillarnos delante de Él, “… si es que el Espíritu de Dios mora en ti…”.

Pr. Guillermo Hernández P.