Reflexión 20 de Agosto 2020

“Ama al Señor tu Dios, obedécelo y sé fiel a él, porque de él depende tu vida, y por él vivirás mucho tiempo en el territorio que juró dar a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob” (Deuteronomio 30. 20)

Una vez más volvemos sobre el capítulo 30 de Deuteronomio que describe los momentos en que Dios prepara a su pueblo para ingresar a la tierra prometida, después de 40 años de caminar por el desierto, y de haber vivido antes en Egipto la experiencia de una esclavitud de 430 años.

Hoy les invito a centrarnos en este versículo que nos abre la posibilidad de comprender, de mejor manera, las intenciones de Dios para con los suyos. Consciente del inminente inicio de una nueva etapa en la vida de Israel, Dios les reclama su amor, obediencia y fidelidad. Pero no lo hace de manera abusiva y déspota, pues ha venido cultivando con ellos una relación de vida a lo largo de muchos años, a pesar de la tozudez, obstinación e incredulidad de ellos.

Dios les ha demostrado su amor y predilección, además de su providencia y dirección. Incluso en una oportunidad a través de Moisés se los dijo claramente de ésta manera: “Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la tierra. El Señor se encariñó contigo y te eligió, aunque no eras el pueblo más numeroso, sino el más insignificante de todos. Lo hizo porque te ama y quería cumplir su juramento a tus antepasados; por eso te rescató del poder del faraón, el rey de Egipto, y te sacó de la esclavitud con gran despliegue de fuerza” (Deuteronomio 7. 6-8).

En los peores momentos de esta relación, provocados por la actitud de ellos, Él permaneció fiel, incluso en el castigo y reprensión. Y ahora, una vez más, les reclama una respuesta ante su evidente interés por sus vidas y bienestar. Les pide amor, obediencia y fidelidad.

Pero, además, el verso de hoy nos enseña una verdad incuestionable que, aunque nos resistamos a ella, nada podemos cambiar: nuestra vida depende de Dios. El rey David lo expresó de ésta forma, “…porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas…todo es tuyo (1 Crónicas 29. 11, 14, 16), y cientos de años después el apóstol Pablo también lo declaró a su audiencia en Atenas, cuando les dijo: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres, ni se deja servir por manos humanas, como si necesitara de algo. Por el contrario, él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas… en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17. 24, 25, 28). Pero esta dependencia, Dios no la transforma en una relación de abuso, de miedo. Reclama una relación de amor, de obediencia y de fidelidad, porque en ello hay bendición, armonía y propósito.

Hoy, queridos hermanos y hermanas, esto no ha cambiado. Como dijo el apóstol Pablo respecto de la experiencia de Israel con Dios, “Esas cosas les sucedieron a ellos como ejemplo para nosotros. Se pusieron por escrito para que nos sirvieran de advertencia a los que vivimos en el fin de los tiempos” (1 Corintios 10. 11), de tal modo que también para nosotros debe ser motivo de reflexión e inspiración.

Sin duda que la mayor prueba de este deseo de Dios de relacionarse con sus criaturas y brindarles su amor, es la realidad de Jesucristo. Su encarnación, vida y resurrección son la prueba evidente de la iniciativa de Dios por construir una relación de vida con sus criaturas. Pablo lo escribió así a los corintios: Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo…  esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados…” (2 Corintios 5. 18, 19).

Dios quiere tener una experiencia relacional con sus criaturas y ello nos desafía a tomar la decisión de cómo responder a Su anhelo. La diferencia es profunda, o somos unos religiosos, ritualistas y superficiales, o somos sus hijos, obedientes y amantes de Él, depositarios de sus bendiciones y propósitos. La verdad que nada ha cambiado… ¿Qué decides? ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.