Reflexión 20 de Diciembre 2020

Reflexión del día 20 de diciembre del 2020        PARTE V

“Por aquellos días Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el Imperio romano. (Este primer censo se efectuó cuando Cirenio gobernaba en Siria). Así que iban todos a inscribirse, cada cual a su propio pueblo. También José, que era descendiente del rey David, subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la Ciudad de David, para inscribirse junto con María su esposa. Ella se encontraba encinta y, mientras estaban allí, se le cumplió el tiempo. Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada. (Lucas 2. 1-7)

Por quinta vez volvemos al texto que encontramos en Lucas que describe de manera tan sencilla y directa el nacimiento de Jesús. Como recordarán, ayer hacíamos mención al enorme contraste entre la manifestación humana de poder y vanidad manifestada por el Imperio Romano, con la sencillez y humildad que envolvía la llegada de Jesús, el hijo de Dios. También contrastamos la actitud indiferente y egoísta de la cultura de la época que no brinda un lugar adecuado para atender un recién nacido debiendo éste ocupar un pesebre, con la actitud generosa y llena de amor de Dios que entrega voluntariamente a su Hijo.

Hoy quisiera referirme a otro aspecto que este hermoso cuadro nos muestra de como Dios realiza su obra. Nos enseña la forma en que Dios se hace presente en la realidad humana. No es un Dios lejano, cruel, supervisor. Es el Dios, que a través de su Hijo, está total y absolutamente involucrado y comprometido con la vida humana.

Hermanos y hermanas queridos, el nacimiento de Jesús evidenciaba uno de los sellos de la obra de Dios, el silencio. Pero no un silencio indiferente, apático, sino uno que le permite actuar a pesar de que nada se ve, a pesar de que pareciera no haber ninguna evidencia externa de que está obrando, porque no está en lo notorio, en la parafernalia, pero que persistentemente se va desarrollando conforme a Su plan y propósito.

El nacimiento ocurrió, fue real, ocupó un tiempo y un espacio en la historia humana, porque Dios se encarnó, y habitó entre nosotros pero lo hermoso es que mientras se desarrollaban los acontecimientos de que da cuenta la historia, de manera silenciosa se cumplía Su plan eterno de redención en un lugar apartado de los centros de interés político y económico, religioso y filosófico de aquella época, en la intimidad de una familia desconocida e insignificante a los ojos humanos, que se esmeraba en cumplir con las normas que se habían impartido a todos en el imperio.

En medio de los sucesos propios de la época, se cumplía el propósito de Dios: nacía la esperanza en la vida de su Hijo, concretando lo que Él había planificado para restaurar su relación con el hombre y la mujer, desde el mismo momento en que el hombre había sido derrotado por el pecado en el Edén.

Es como la semilla de mostaza, la hermosa parábola de Jesús, cuando la comparaba con el Reino de Dios y les decía a sus dicípulos: “… «El reino de los cielos es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas». (Mateo 13. 31, 32).

El sello de la obra de Dios, ese misterio de Dios, imperceptible al hombre, a la comprensión humana pero que, al igual que la semilla de mostaza, se hace presente de manera silenciosa en la aparente fragilidad y debilidad de un niño, para luego crecer y crecer transformándose en una manifestación poderosa de Su Reino en la persona y ministerio de su Hijo, en gracia, justicia y amor.

Tal vez pienses que Dios no está obrando en tus circunstancias; es probable que lo externo te desaliente como le ha ocurrido a muchos con la pandemia éste año. Para otros, tal vez la contingencia los ha desbordado y nada indica que Dios esté actuando, pero permitanme decírles que nada ha escapado a sus propósitos. Él sí está trabajando, Él lo está haciendo, pero conforme a su voluntad y propósito, como lo expresó Jesús en un diálogo con los judíos al afirmar categóricamente Mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también trabajo”. (Juan 5. 17).

El nacimiento de Jesús nos recuerda precisamente esto: que Dios está desarrollando un plan, está trabajando, las circunstancias no lo han sorprendido ni superado, Él está en control de todo. ¡Pero debes creerlo como lo creyó José, María, Elisabet y los pastores! ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!

Pr. Guillermo Hernández P.