Reflexión 21 de Junio 2020
“Es abundante la cosecha —les dijo Jesús—, pero son pocos los obreros. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que mande obreros a su campo” (Lucas 10. 2).
Queridos hermanos y hermanas, durante estos últimos días he querido enfatizar la urgencia de predicar a Cristo en el marco de ésta pandemia, pues en Él encontramos salvación y vida eterna, cómo también la paz para sobrellevar estos momentos tan difíciles. Es una oportunidad que la Iglesia de Dios no puede desaprovechar porque la experiencia que hoy enfrentamos, ha sensibilizado muchos corazones que están dispuestos a escuchar el Evangelio. Es verdad, hay necesidades urgentes que atender, pero una de ellas y muy sensible es la paz y la esperanza que necesita el alma humana, por lo que la persona de Cristo en el corazón, satisface absoluta y totalmente esta necesidad.
En éste contexto se inserta éste versículo que refleja una exhortación de Jesús a sus discípulos, ante la necesidad de las multitudes. El problema no radicaba en tener que convencer, o demostrar, o persuadir, más bien el problema se centraba en que, ante tan gran necesidad, comparable a una cosecha abundante cuyos frutos estaban listos para ser retirados, no había suficientes obreros que pudiesen hacer el trabajo.
La verdad es que ésta metáfora, de ver como se hace muy difícil atender la cosecha por no haber manos suficientes, desde la perspectiva de un hombre de campo, es presenciar la pérdida de muchos frutos que podrían haberse cosechado. Todo estaba preparado, pero había que hacer la pérdida, porque había pocos obreros para cosechar.
Jesús tuvo mucha compasión por las personas y su condición, sus necesidades, sus quebrantos. El evangelio de Mateo lo relata así: “Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor” (Mateo 9. 36). Su presencia en la tierra, entre los hombres, se explicaba por ésta motivación: su amor y compasión por la condición de las personas. Por ello es que les enseñaba a sus discípulos a rogar al Señor de la cosecha (mies) que enviara mas obreros, de modo que nadie se perdiera.
A estas alturas la pregunta que debiéramos hacer es si, cómo discípulos de Jesucristo, ¿nos conmueve al igual que a Él, aquellos que se pierden, aquellos que están agobiados, aquellos que están asustados y desesperanzados?
Urge que entendamos la necesidad de compartir el evangelio, porque lo que está en juego es la vida de muchas personas. La “vida eterna”, pero también la “vida abundante” que trae Cristo a la realidad humana. Él mismo lo dijo, “… yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10. 10b).
Queridos hermanos y hermanas, les animo en el Señor a disponer nuestras vidas para “cosechar”. Oremos sentida y profundamente al Señor que ponga en nosotros este sentido de urgencia y compasión, y comencemos hoy mismo a buscar las oportunidades que Dios nos da para compartir Su evangelio, a Jesucristo. Te sorprenderás. En la obscuridad absoluta, un pequeño fósforo encendido marca una gran diferencia. ¡Que Dios nos ayude!
Pr. Guillermo Hernández P.