Reflexión 24 de Agosto 2020
“Entonces llamaron a los apóstoles y, luego de azotarlos, les ordenaron que no hablaran más en el nombre de Jesús. Después de eso los soltaron. Así, pues, los apóstoles salieron del Consejo, llenos de gozo por haber sido considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre. Y día tras día, en el templo y de casa en casa, no dejaban de enseñar y anunciar las buenas nuevas de que Jesús es el Mesías” (Hechos 5:40-42).
El pasaje de hoy nos lleva a la experiencia de la primera iglesia, la del siglo I. El relato lo encontramos en el Libro de los Hechos y refleja lo ocurrido a los apóstoles después de haber sido arrestados por predicar el evangelio de Jesús en la ciudad de Jerusalén, ocasión en que fueron azotados y amenazados para que no continuaran enseñando sobre Jesús. Sin embargo, la reacción de ellos, después de haber sido golpeados, no fue la queja, el reclamo, el temor, la tristeza, ni menos la autocompasión; tampoco abandonaron la misión, muy por el contario estaban gozosos, felices, por el privilegio que Dios les había dado de “sufrir a causa del nombre de Jesús” y, a pesar de las amenazas, continuaron “de casa en casa, enseñando y anunciando las buenas nuevas de que Jesús era el Mesías”
Y a propósito de esta experiencia de nuestros hermanos del primer siglo, podemos hacer algunas reflexiones. La primera de ellas es como desde el principio, y una vez que Jesús regresó a su Padre, la iglesia cumplió el mandato de predicar el evangelio y hacer discípulos. Lo segundo que es posible entender, es que también desde el principio hubo resistencia y rechazo al Evangelio, a la persona de Cristo. Lo tercero, es que todos aquellos que fueron alcanzados por este Evangelio y obedecieron la instrucción de compartirlo con otros, tuvieron que pagar un precio. Y lo cuarto, a pesar de todas las dificultades, de la oposición y resistencia social y cultural al Evangelio de Cristo, igualmente se anunció y alcanzó la vida de muchos.
Sin duda que estamos frente a una escena que refleja muy bien lo que viene sucediendo hace veintiún siglos con la proclamación del mensaje de salvación, con la extensión del Reino de Dios, sin embargo quisiera llamar su atención a un detalle, no menor, que los versos de hoy hacen notar, y que se refiere a la actitud de los apóstoles frente a la violencia y rechazo en su contra; dice el texto que “los apóstoles salieron del Consejo, llenos de gozo por haber sido considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre”.
¡Qué reacción más “sobrenatural”! Por los relatos de los Evangelios sabemos que los apóstoles eran hombres sencillos, sin mayor instrucción y que habían sorprendidos a todos, incluso a los gobernantes de la época con su valentía, como lo relata el texto de Hechos un poco antes: “Los gobernantes, al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús.” (Hechos 4. 13)
Y creo que la única explicación ante tan valiente y ejemplar reacción y actitud frente al rechazo y la violencia, es la real presencia del Espíritu Santo es sus vidas que los fortaleció y empoderó que, por lo demás, fue lo que Jesús les había anticipado cuando les dijo: “Y, cuando los arresten y los sometan a juicio, no se preocupen de antemano por lo que van a decir. Solo declaren lo que se les dé a decir en ese momento, porque no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu Santo” (Marcos 13. 11).
Hermanos y hermanas queridos, hoy nos toca a nosotros dar testimonio no sólo en el “templo” sino que también “casa a casa”, como nuestros primeros hermanos que obedecieron y se arriesgaron, saliendo de sus posiciones de seguridad y confort, y enfrentaron la violenta resistencia de una sociedad y cultura incrédula y pagana con alegría, valentía y pasión.
Esa misma presencia del Espíritu de Dios en sus vidas está en nosotros, y también puede llevarnos a esta misma actitud de nuestros primeros hermanos, siempre y cuando se lo permitamos. La permanente oración, la lectura de la Biblia y la meditación en ella, nos conduce a esta experiencia de modo de no tener temor de hablar y vivir a Cristo, incluso en ambientes violentos y agresivos, como lo puede ser la misma familia que integramos y en que se rechaza a Dios.
Ésta siempre ha sido la vocación de la Iglesia, y siempre ha debido sufrir por ello, pero Dios, a través de Su Espíritu y Su Palabra, siempre la ha sostenido y lo seguirá haciendo hasta el final de los tiempos. ¡Aleluya! Pidamos a Dios que nos de esa disposición al sacrificio, disposición a sufrir por amor a Jesús. Si él estuvo dispuesto a dar su vida, ¿A cuánto estamos dispuestos nosotros? ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.