Reflexión 24 de OCtubre 2020
“Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?” (Romanos 10. 14).
El texto de hoy nos muestra una desafiante cadena de hechos que marcan la diferencia entre la vida y la muerte, entendiendo ésta última como la separación y desvinculación absoluta con Dios.
Pablo nos habla de invocar, de creer, de oír y de predicar, en una secuencia lógica de acciones que finalmente permiten al hombre reconciliarse con Dios. Al examinar la manera en que nosotros llegamos a Él, sin duda que encontraremos la presencia de ésta secuencia.
Pablo compartió ésta verdad con la Iglesia de Roma en aquella carta en que desarrolla y profundiza el evangelio. Después de haberles explicado, desde el origen mismo, el plan de salvación de Dios para con el hombre, Pablo les llama a compartir ésta misma verdad con otros; ¿pero qué verdad?, el apóstol escribe: “… esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10. 8,9).
El contenido mismo de ésta predicación nos enseña lo que está en juego: la vida eterna de aquellos que, oyéndola, creerán. ¿Pero que posibilidad tienen aquellos que aún no han oído?
En otras palabras, cuando el evangelio llega a nuestra vida, una de las formas en que se manifiesta y se desarrolla en nosotros, es a través de la comunicación que luego hacemos de él a otros. No es evangelio integral y completo cuando estas verdades las guardamos e impedimos que otros las conozcan, silenciando nuestra boca. ¿A cuantos coloca el Señor a nuestro lado, precisamente para compartir lo que Él ha hecho en nosotros?
Sin embargo, pareciera que un sector de la Iglesia no lo ha entendido así y ha desarrollado una forma de vida cristiana en que no está presente el compartir el evangelio de salvación a otros. Han comprendido, erróneamente, la vida cristiana como algo privado y que la predicación de las verdades de Dios pareciera reservada a algunos privilegiados ubicados en posiciones de liderazgo, o que se canaliza a través de actividades especiales que se desarrollan al interior de los templos. Pero esto es un error y no obedece al modelo bíblico. Cada uno de nosotros es potencialmente un predicador, un anunciador de las buenas noticias de Dios, para salvación de las personas.
Hermanos y hermanas queridas, los tiempos no son buenos, y hay mucha necesidad de oír la Palabra de Dios por el poder que ella tiene para salvar, para liberar, para sanar, para animar y fortalecer. Sin embargo y lamentablemente, muchos no lo entienden así; tanto es que el propio Señor Jesús les dijo a sus discípulos que “…la mies era mucha, pero que los obreros eran pocos…” (Lucas 10. 2).
¿Cuándo fue la última vez que hablaste de Jesucristo, a aquellos que Dios pone a diario a tu lado? ¿Estás consciente de lo que le sucederá a sus vidas, en la eternidad, si no creen en el Señor Jesús como su Salvador y Señor? Te animo a comenzar a hablar, a anunciar con tu testimonio y palabra, las verdades de Dios… Recuerda que la humanidad clama hoy por una esperanza, y la esencia del Evangelio, precisamente lo es. ¡Que Dios nos ayude!
Pr. Guillermo Hernández P.