Reflexión 27 de Noviembre 2020
«El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan» (2 Pedro 3. 9).
El apóstol Pedro nos recuerda hoy dos de las características del carácter del Señor, su amor y su paciencia. El cumplimiento de la promesa, respecto del regreso de Cristo a buscar a los suyos, se ha tardado esperando que más y más tengan la oportunidad de arrepentirse porque ama sus criaturas, y en su paciencia espera que todos puedan reconocer su pecado, restableciendo así una relación eterna con cada uno de ellos, porque Él está dispuesto a perdonar.
Por eso es que urge hablar y predicar el evangelio, por eso es que urge predicar a Cristo. El apóstol Pablo lo consideró y se los escribió a los hermanos en Roma de ésta manera: «Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquél en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquél de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quién les predique?» (Romanos 10. 14).
Pero además de predicar a Cristo, nuestro testimonio de vida también debe hablar de Él, y debe hacerlo de tal modo que no escandalice cómo muchas veces ha ocurrido, y cómo también lo hace presente Pablo a los judíos: Así está escrito: «Por causa de ustedes se blasfema el nombre de Dios entre los gentiles» (Romanos 2. 24).
Hermanos y hermanas míos, el regreso de Cristo a buscar a su Iglesia, la compromete directamente pues Dios en su sabiduría ha querido que sea ella quien de testimonio de su Reino, y no podemos desobedecerle, ni menos difamarlo. Debemos asumir con urgencia, amor y sacrificio, ésta prioridad en nuestra vida pues el Evangelio no es cultural ni hereditario, como tampoco una ideología, «es poder de Dios para salvación de los que creen» (Romanos 1. 16), y por ello se debe predicar y se debe vivir.
Incorporemos éste desafío en nuestra vida, y comencemos ahora mismo a predicar a Cristo. Pidámosle ayuda a Dios para hacerlo sin temor, cómo lo hizo la Iglesia del primer siglo cuando se le quiso impedir que lo hiciera: «Ahora, Señor, toma en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos el proclamar tu palabra sin temor alguno» (Hechos 4. 29). ¡Que Dios nos bendiga también en esto! ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.