Reflexión 27 de OCtubre 2020

“Vengan, cantemos con júbilo al Señor; aclamemos a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante él con acción de gracias, aclamémoslo con cánticos. Porque el Señor es el gran Dios, el gran Rey sobre todos los dioses” (Salmo 95. 1-3)

El pasaje de hoy nos invita a cantar y adorar a Dios de manera muy expresiva. El Salmo 95 es un anónimo que fue compuesto para el culto a Dios en el Templo. Muy probablemente lo guiaba a cantar algún sacerdote o levita, a toda la congregación de Israel en sus procesiones y reuniones, al igual que varios de los salmos que van del 94 al 100.

Este canto tiene dos invitaciones (el otro está en el verso 6) y ésta, de los versos 1 y 2, guiaba al pueblo a expresarle a Dios júbilo, alegría, gratitud, alabanza y cánticos. La razón de tal expresión obedecía a dos grandes realidades que estaban en la vida de los israelitas: i) Él les había salvado de la esclavitud en Egipto y, ii) era el más grande de todos los otros “dioses”.

Según la Real Academia Española, júbilo es “viva alegría, y especialmente la que se manifiesta con signos exteriores”. Es decir, la congregación era llevada a manifestar a Dios, de manera expresiva y desbordante, su gratitud y alegría por estas dos razones.

No podían permanecer impávidos ante la adoración que debía tributarse a Su Dios, por cuanto Él había obrado de manera portentosa e histórica en sus vidas. La intervención de éste Dios, al cual ellos habían clamado, había cambiado la condición de sus vidas. Los había liberado de una esclavitud que por más de cuatrocientos años los había sometido a las más duras experiencias de vida. El Dios en el cual ellos habían confiado se había hecho presente, y ¡de que manera! Sus esperanzas habían sido puestas en un Dios real, sus angustias habían encontrado eco en el “único Dios verdadero” (Juan 17: 3). No era un “dios” como los otros.

Estando en Egipto y habiendo vivido en Canaán, podían comparar la obra del Dios en el cual ellos habían creído. No en balde el Salmo 96 expresa en el verso 5: “Todos los dioses de las naciones no son nada, pero el Señor ha creado los cielos”.

Que hermosa combinación, por un lado la gratitud desbordante de un pueblo que reconoce la salvación y liberación como un hecho histórico inolvidable que cambió incuestionablemente su condición de vida, y por otro lado la respuesta y la intervención del “único Dios verdadero” que atendió el clamor y la súplica de quiénes lo buscaron intensamente.

¿Acaso no debiera ser nuestra misma experiencia? ¿Cómo expresamos a Dios gratitud por su intervención en nuestras vidas? ¿Permanece en nosotros, de manera latente, la conciencia de Su obra en nuestra historia de vida? A través de Jesucristo, Dios se nos reveló, y nos perdonó liberando nuestra vida de la esclavitud del pecado y de la muerte, ¡haciéndonos sus hijos!, y cómo tales disfrutamos de su protección, de su provisión, de su dirección, de su amor incondicional. ¡Qué privilegio!

Hermanos amados, ésta es una suficiente y poderosa razón por la cual te invito, en el día de hoy, a brindarle cánticos de júbilo y de alabanza a nuestro Dios. Hemos venido, al igual que Israel, a agradecerle y a exaltar Su Nombre. ¡Aleluya, al que Vive y Reina para siempre! Amén.

Pr. Guillermo Hernández P.