Reflexión 30 de Agosto 2020
“La sangre de machos cabríos y de toros, y las cenizas de una novilla rociadas sobre personas impuras, las santifican de modo que quedan limpias por fuera. Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente!” (Hebreos 9. 13, 14)
El libro de Hebreos fue escrito antes de los años 70 muy probablemente a cristianos judíos para prevenirlos sobre la posibilidad de abandonar el cristianismo y volver al judaísmo. El tema central de la carta es la Persona y la Obra de Cristo desde una perspectiva, incluso histórica, por cuanto hace un paralelo entre Su sacrificio vicario como Cordero de Dios, y los sacrificios de animales que los sacerdotes presentaban a Dios por los pecados del pueblo de Israel.
Y es en éste contexto que los versos de hoy nos recuerdan el poder de la sangre de Cristo derramada en la cruz. Al mirar el texto con detención, encontramos la obra expiatoria de los sacrificios de animales cuyas sangres cumplían un propósito de purificación en las personas, por los pecados que éstas cometían; pero el mismo autor de la carta se encarga de hacer notar que ésta limpieza era externa, dice textual: quedan limpias por fuera.
Sin embargo, no sucede lo mismo con la sangre de Cristo por cuanto ella tiene el poder de “limpiar” la conciencia humana, purificarla y transformarla, provocando en la persona una nueva conducta y actitud de vida, una nueva estructura de motivaciones y prioridades.
La palabra “conciencia”, en griego “suneídesis”, significa conciencia moral y deriva de la palabra, también en griego, “suneído” que significa “ver completamente”. En consecuencia, ésta expresión del texto bíblico respecto de lo que hace “sobre naturalmente” la sangre de Cristo en nuestra mente, es darnos una nueva moral que comienza a construirse a partir del comprender aquello que es pecaminoso y que nos lleva a alejarnos de Dios, de aquello que le agrada y desea hagamos como testimonio de la nueva vida que en Cristo nos da.
Pero no es un acto “mágico” que prescinda de nuestra voluntad sino, como el término lo aclara, nos lleva a un nuevo enfoque, una nueva forma de ver y entender la vida, renueva nuestra mentalidad pecaminosa y nos lleva a darnos cuenta de cómo hemos venido concretando nuestros actos, nuestros dichos y pensamientos, por cuanto hemos comenzado a ver completamente, a comprender completamente. Vemos el daño que hemos hecho, nos damos cuenta de nuestra arrogancia y egoísmo, somos conscientes de nuestra impulsividad e ira, del abuso e injusticia que hemos vertido en otros, nos damos cuenta del trato que le damos a otros e, incluso, de cómo nos expresamos.
Pero la sangre de Cristo, que ahora ha limpiado la conciencia, nos lleva desde este nuevo entendimiento a una nueva forma de vida que, como dice el texto de hoy, sirve y honra a Dios porque nos hemos arrepentido y suplicado su perdón.
Pero hermanos y hermanas queridos, si bien es un proceso que demanda decisiones de vida con una nueva conciencia y entendimiento, requiere de la fe. No es posible entenderlo de otra manera. Así lo expresa el mismo autor de Hebreos un poco después al decir: “Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable…” (Hebreos 10. 22)
Hoy podemos entender esta hermosa realidad como producto de la muerte y el derramamiento de la sangre de Cristo: su sangre limpia nuestras conciencias de obras muertas para vivir, ahora, sirviendo a Dios. ¡Qué cambio tan radical! Aquello que ocurrió hace tanto tiempo con el Hijo de Dios, en el Gólgota (nombre del cerro donde fue crucificado), por fe, es capaz de renovar completamente nuestra conciencia. Por eso es posible, entonces, servir al Dios vivo. No hay otra forma. Todo lo demás es mero esfuerzo humano que rápidamente se extingue y no produce fruto eterno.
¿Por qué no vas a tus rodillas delante de Dios y le pides que te revele, en el fondo de tu alma y espíritu, esta hermosa verdad? Ya no deberías sentir culpa, ni vergüenza, cuando alguien te apunte con el dedo, Él ha hecho todo nuevo. Incluso, tú forma de pensar. Adóralo y agradécele, ahí en el fondo de tu alma. ¡Gracias Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.