Reflexión 30 de Septiembre 2020

Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará” (1 Tesalonicenses 5. 23, 24).

Hoy leemos parte de la carta escrita por Pablo a los hermanos de Tesalónica, ciudad de la provincia de Macedonia. Se sabe que es la primera de las cartas que escribe el apóstol entre los años 51-52 d.C., aproximadamente, y uno de los temas que aborda el apóstol, a pesar de lo breve de la carta, se refiere al regreso de Jesucristo y la condición en que los “creyentes” debían esperarla. Al menos en cinco oportunidades se refiere a su regreso por cuanto para muchos era algo inminente que en cualquier momento iba a suceder.

Pablo había fundado esta iglesia según lo relata el libro de Hechos capítulo 17, pero fue expulsado abruptamente de la ciudad (Hch. 17. 10), y los nuevos cristianos quedaron con lo mínimo de enseñanza de la doctrina cristiana. Sin embargo, a juicio de Timoteo, enviado por Pablo para cerciorarse del compromiso cristiano de los tesalonicenses, éstos estaban sólidos en la fe, aunque con la necesidad de mayor enseñanza en asuntos de “ética cristiana” y “escatología”, es decir, los asuntos relacionados con el fin de los tiempos. Por esta razón decide escribirles y aborda estos dos aspectos que de manera maravillosa se resúmen en los versos de hoy.

Su anhelo es que ellos sean santificados por Dios, de modo que todas sus vidas sean guardadas “sin mancha”, “irreprochables” esperando la venida del Señor Jesucristo. Dios santificándoles para esperar el regreso de su Señor, pero ellos cuidándose y expectantes ante el regreso de Jesús.

Dos experiencias distintas y en tiempos distintos para los “creyentes”; por una parte, la obra de santificación realizada por Dios mismo en el “hoy” y por la otra, el regreso del Señor en el “mañana”. Ambas experiencias íntimamente comunicadas en el plan de Dios. Dicho de otra manera, mientras los creyentes esperaban la llegada del Señor, debían llevar vidas tranquilas, reverentes, santas y productivas, y Pablo se los expresó en esta carta de ésta manera: “… les pedimos encarecidamente en el nombre del Señor Jesús que sigan progresando en el modo de vivir que agrada a Dios… La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su propio cuerpo de una manera santa y honrosa, sin dejarse llevar por los malos deseos como hacen los paganos, que no conocen a Dios… Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad; por tanto, el que rechaza estas instrucciones no rechaza a un hombre, sino a Dios, quien les da a ustedes su Espíritu Santo. En cuanto al amor fraternal… Dios mismo les ha enseñado a amarse unos a otros. En efecto, ustedes aman a todos los hermanos que viven en Macedonia. No obstante, hermanos, les animamos a amarse aún más, a procurar vivir en paz con todos, a ocuparse de sus propias responsabilidades y a trabajar con sus propias manospara que por su “modo de vivir” se ganen el respeto de los que no son creyentes, y no tengan que depender de nadie. (1 Tesalonicenses 4. 1-12).

Éste llamado a cuidar la condición de pureza de los creyentes, con un testimonio “irreprochable” ante los incrédulos, era en razón del pronto regreso de Jesucristo ejemplificado por “la mujer que da a luz su bebé”; y Pablo se los escribió así: … ustedes no necesitan que se les escriba acerca de tiempos y fechas, porque ya saben que el día del Señor llegará como ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», vendrá de improviso sobre ellos la destrucción, como le llegan a la mujer encinta los dolores de parto. De ninguna manera podrán escapar. Ustedes, en cambio, hermanos, no están en la oscuridad para que ese día los sorprenda como un ladrón. Todos ustedes son hijos de la luz y del día. No somos de la noche ni de la oscuridad. No debemos, pues, dormirnos como los demás, sino mantenernos alerta y en nuestro sano juicio. (1 Tesalonicenses 5. 1-6) 

¡Qué poderosa y estimulante exhortación la de Pablo! Une el presente con el futuro a través de una maravillosa conexión que vincula el poder del evangelio en la transformación de las vidas de los creyentes en el hoy, con el anhelado encuentro de ellos con su Señor en el mañana, pero haciendo presente que esa transformación en el hoy permitirá precisamente ese maravilloso encuentro con Cristo. Si no hay transformación en Cristo, si no hay fe, si no hay sujeción a la palabra de Dios, si no hay obediencia a Dios, el encuentro tendrá otra característica, por ello Pablo afirma: “Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», vendrá de improviso sobre ellos la destrucción, como le llegan a la mujer encinta los dolores de parto. De ninguna manera podrán escapar” (1 Tesalonicenses 5. 3). ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.