Reflexión 04 de Noviembre 2020

«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan 4. 10)

¡¡¡Maravilloso verso nos regala hoy la Biblia!!! Es, ni más ni menos, que la definición del amor.

«Amor», que tiene su origen en Dios mismo por cuanto se gesta en Él primero, y fluye a través de un plan maravilloso de redención que, finalmente, se manifiesta en el sacrificio de su Hijo Jesucristo.


«Amor», que se materializa en una acción concreta a través de la encarnación de Jesucristo, y que no se queda en un sentimentalismo.


«Amor», que se arriesga no importándole el rechazo, la ingratitud o la incredulidad de quiénes son objeto de éste amor.

Realmente es sobrecogedor pensar en el amor de Dios. Imposible entenderlo, sin embargo, vivirlo y experimentarlo nos lleva a una transformación tan radical, que sólo es comparable con un “nuevo nacimiento”. ¿Y acaso no es eso lo que provoca el amor de Dios en nosotros? El apóstol Juan lo expresa de ésta manera: «Y nosotros hemos llegado a saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él» (1 Juan 4. 16).

Hermanos y hermanas queridos, tenemos un tremendo privilegio al haber sido amados por Dios primeramente, lo cual nos abrió a una experiencia inimaginable de comenzar a conocerle y amarle, pero además a recibirle en nuestro cuerpo, en nuestra alma, en nuestro ser como lo escribió Juan «Dios en nosotros, su amor en nosotros». Verdades espirituales que generaron en nosotros una nueva vida, y sólo entonces comenzamos a amarle, aunque imperfectamente.

¡Cuánta gracia y misericordia de Dios, aceptando nuestro amor imperfecto! Pero sólo es posible porque Él nos amó primero. ¡Aleluya!

Pr. Guillermo Hernández P.